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El sudor te perla la frente, el pelo se te pega a las sienes y buscas en el bolsillo un pañuelo que te ayude a recuperar la compostura. Hace un calor insoportable.
La visita al museo está reservada para las tres, tu salvación: cúpulas plateadas que te dan sombra, ventanales con vistas al mar, espacios amplios y compartidos. No hay prisa, solo el silencio de la sorpresa. A tu alrededor, la historia, el arte y la cultura evocan la atmósfera brillante y fresca de una medina.
El Louvre de Abu Dabi es un espacio social que se ha convertido en una narración colectiva, capaz de generar conexiones entre las personas, de despertar sentimientos antiguos, de convertir la arquitectura en una experiencia humana.
Íntima, profunda, arraigada.
Komorebi
En Japón existe una palabra específica para indicar un fenómeno cambiante por naturaleza, difícil de circunscribir por lo voluble que es. Komorebi es el término que describe la luz que se filtra entre las hojas de los árboles, ese revolotear libre, a veces rebelde, cargado de maternidad que tranquiliza y acoge.

Este fenómeno no tiene traducción en la lengua italiana, solo existe en nuestros ojos.
En África, en cambio, parece que hay dieciséis formas de decir verde, una para cada uno de sus diferentes matices. O tal vez sea una de las muchas historias que se cuentan a los niños en la cuna para que se duerman sin miedos.
En palabras, el color verde es el único que conocemos aquí. Sus matices, una vez más, solo existen en nuestros ojos.
Los idiomas del mundo evolucionan y se contaminan según las humanidades que los alimentan y las culturas que los viven.
Lo mismo ocurre con la arquitectura.
Si levantas la vista hacia arriba, hacia la cúpula plateada que te confunde los pensamientos, reconocerás ese komorebi, encontrarás otro matiz nuevo de verde. O de azul, o de amarillo.
Te encuentras en una isla del desierto, en Saadiyat, pero lo que ves no es un espejismo: es el Louvre de Abu Dabi, el museo pionero de un polo arquitectónico que acoge a todos los grandes museos del mundo.
Quién sabe si Jean Nouvel, al diseñar este «espejismo», tenía en mente el significado de esta palabra japonesa. Lo que es seguro es que lo ha dado a conocer al mundo entero a través de la fuerza del acero, la estructura ramificada y el reflejo plateado de las sombras.
Partiendo de un círculo de arena rodeado por el mar y el viento cálido de los Emiratos Árabes.
Delicadeza artesanal
«La arquitectura es siempre el testimonio del espíritu de una época y, al mismo tiempo, su resistencia». (Jean Nouvel)
El Louvre de Abu Dabi es un lugar de encuentro universal, un lugar en los confines de lo sagrado, una nueva medina donde nos encontramos parte de una historia artesanal, compuesta por pequeños, minúsculos detalles humanos que reverberan en futuros posibles.
La imponencia de la cúpula y el esplendor de las galerías nos recuerdan que la cultura es el paraguas más sólido contra la aridez del presente.
Veinte mil metros cuadrados de suelo elevado, de los cuales tres mil son únicos, trazan un recorrido realizado por manos laboriosas, por el ingenio humano, por la paciencia y la mesura que solo los años, uno tras otro, enseñan.

Cortes a escala nunca antes intentados, revestimientos de mármoles locales como el Red Levanto y el Black Saint Laurent, y marcos de bronce: cada losa es un fragmento narrativo en diálogo con las obras y las personas que sostiene.
La cultura resiste al tiempo y a la tierra: la delicadeza y la elegancia en las que se apoya son sinónimos, y no contrarios, de fuerza y tenacidad, diseñadas para flexionarse y reflejarse, sin vacilar nunca.
La técnica aquí es artesanal, concreta, colosal.
Llueve luz
Entre las ramas de los muros blancos y los arcos perpetuos se mueven emociones ancestrales, arraigadas en quienes las atraviesan. La arquitectura es el eco de un pueblo, de todo un pueblo, su refugio silencioso, respetuoso y modular.
Para diseñar un espacio, no basta con erigirlo en su grandeza. Es necesario descender hasta lo más profundo, hasta la memoria y los valores de ese pueblo, de todo ese pueblo: acoger su maltrecho pasado, custodiar sus raíces como se custodia el oro, transformarlas en materia compartida y aún por completar.
La luz, el aire, el calor y el sonido te envuelven: así, la arquitectura se convierte en experiencia colectiva, en reconocimiento mutuo, en un hogar que acoge y devuelve la identidad.
Reflejos, en el gesto y en la forma.
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Textos de Chiara Foffano – Ilustraciones de Ariele Pirona